9/15/2011

Rimas que no riman del todo. ¿Porqué tendría que ser de otro modo?

No practico religión.
No es de Dios de quien hablo, 
no creo que haya Un camino
pero si que hay caminantes.

Caminantes que adivinan
los caminos por abrir
y fracasan muchas veces
intentando seguir.

Si en el camino se encuentran
con otros que también
construían su camino,
podrían juntos seguir.

Para despues separarse,
y volver a decidir
sabiendo que las marcas
ya están hechas para ir.

Las marcas del encuentro
el encuentro de vivir.

9/12/2011

Historizando

El tiempo va pasando, el cronológico y el otro.

Hay algo que sobre un fondo de continuidad se va transformando cada vez y es sobre ello que hoy quiero escribir. 

En la escuela primaria varias veces me elegían para oficiar de locutor en los actos. Me daban una hoja y yo leía. 
"¿Cuánto más salvajes habrán sido los colonizadores?" decía un texto escrito por el maestro de quinto grado para el acto del 12 de Octubre de 1991. La directora de la escuela no quería que eso fuera leído, pero el maestro me dijo que si, que lo leyera. ¡Que coraje!

En esos años de escuela se armaron desde la cooperadora unos talleres en los que participé: teatro, radio, flauta dulce y cerámica. ¡Cuantas vías de expresión!

Cuando llegué al colegio secundario seguía pasando que los profesores me elegían para oficiar de locutor. El tono de mi voz era grave y disfrutaba de hablar. Supongo que por eso me ofrecían hacerlo.
En tercer año (1996) entré a cantar en el coro del colegio. Nos vestíamos de pantalón negro y camisa blanca. La vestimenta más habitual de los coros, y de los mormones! Je, je.

Cuando cumplí 16 años mis viejos me regalaron una guitarra. Fui a la calle Sarmiento a comprarla. ¡Que buen momento! Solo había tocado una criolla y solo sabía tres o cuatro acordes. ¡Todo lo que iba a vivir con mi guitarra! ¡Cuán importante la apuesta de mis padres! ¡Tan agradecido!

Al terminar el colegio secundario pasé a otro coro, uno de adultos. Yo solo tenía 18 años. Pero ahí estaba. La vestimenta, una toga negra. Ya no parecíamos mormones, como en el otro coro. ¡Ahora nos confundían con curas! En el año 1999 viajé por primera vez a Europa, a cantar en un festival mundial de Coros. El mundo estaba ahí y era la voz cantada la que me daba un lugar.

Me avisaron por esos años 2000 que estaban buscando un barítono para cantar en una comedia musical infantil. Allí fui a representar algunos personajes con diferentes disfraces, mientras cantábamos en vivo a cuatro voces. Experiencia novedosa para el teatro infantil, recibiendo una mención especial en el Festival Nacional de Teatro Infantil en Enero de 2001.

En el 2001 teniendo más registro de los aspectos a mejorar, empecé a estudiar la carrera de canto en el conservatorio municipal Manuel de Falla. Para ese entonces también había empezado la carrera de Psicología en la Facultad.

Si, hacía muchas actividades. Pero sobre un fondo de continuidad -no lo olviden. Cantaba en el coro, me invitaban a cantar como refuerzo en otros coros, estaba en la comedia musical y en algunos grupos vocales, estudiaba en el conservatorio y en la facultad.

Un compañero de la comedia musical me avisó que estaban buscando un varón que cantara para un espectáculo de clown, técnica de la que yo no tenía idea. Me anoté ese verano del 2004 en un curso de Clown en el Rojas y después en otro Centro Cultural para aprender un poco qué era eso del Clown. En Agosto de ese año, me encontré cantando sobre un nuevo escenario, esta vez con una nariz roja como única máscara.

A la vez, por los mismos meses, hice dos funciones como protagonista en una obra de teatro "La espuma de los días". Solo dos funciones porque viajé por segunda vez con el coro a Europa. Al regresar, prefirieron quedarse con el reemplazo. Siempre supe que en realidad el remplazo había sido yo.

Por suerte empecé a trabajar. ¡Quería empezar a trabajar! Era muy lindo cantar, actuar y todo el asunto, pero también quería ganar mi dinero y poder concretar algunos proyectos.

Empecé a trabajar en un call center por recomendación de un amigo. ¡Que recomendación! ¡Otra vez la voz puesta a trabajar! ¡Esta vez me pagarían! Pasé por dos o tres de ellos hasta que llegué al que fue mi último trabajo dentro de un call center. Justo coincidió la entrada al último call center con el momento en el que me había ido de la casa de mis padres y comenzaba a experimentar esto de vivir sin ellos. ¡Es muy diferente!
 
En la oficina armamos un hermoso grupo de compañeros. Para mi era algo muy nuevo eso de compartir con otros una actividad en la que la mayoría solo estaba para ganar algún dinero. Por suerte con algunos compañeros hicimos amistad y las reuniones fuera de la oficina fueron moneda común. Creo que si no hubiese tenido el grupo, no hubiera aguantado tres años trabajando allí.

Con el tiempo en la oficina, empecé a dibujar una historieta en horario de trabajo, para distraerme de la tarea, monótona muchas veces. Un personaje vivía experiencias dentro de su lugar de trabajo. Era un payaso con cierta inocencia que se iba sorprendiendo por lo que pasaba en la oficina. No creo que fuera tan inocente.

El empezar a trabajar hizo que fuera decidiendo dejar el conservatorio, la comedia musical, los coros, el teatro, el clown. Todo era muy agradable, pero no me daba de comer. Es más ¡pagaba por hacerlo!
Me quedé solo con la facultad, próximo a terminar la carrera de psicología. 
Y me quedé solo, de verdad.

Siempre sostuve la pregunta de qué hacer con todo lo que había dejado, porque lo cierto es que nunca sentí que realmente lo hubiera dejado. 
Estaba ahí, guardado, protegido.

La carrera de psicología terminó, dejé el call center, y empecé a trabajar como psicólogo en distintos lugares.

Acá estoy, dándome cuenta cada vez más que todo lo que aprendí, oficiando como locutor, cantando, tocando la guitarra, haciendo teatro, clown, nunca dejará de integrar lo que me gusta nombrar como: mi propia subjetividad. Y no dejará de hacerlo.

Tal vez en un tiempo, esté en algún nuevo escenario.

Una pintura

     Hace algunos años dibujé en una hoja una escena de dos celebrando. Dos figuras extasiadas brindaban por el encuentro. Era más bien un boceto, en lapiz. Lo hice mientras trabajaba en la oficina, como para pasar el tiempo.
     Una tarde de fin de semana en mi casa, copie el boceto a una tabla de madera y terminé de dibujarlo. No era cualquier tarde, sino una de esas en las que el registro emocional estaba totalmente sintonizado. Busqué en un cajón -en uno de esos cajones en que se guardan cosas que no se sabe para qué se las guarda- y encontré unos pomitos casi vacíos de acrílico. Acrílicos de varios colores.  Había también un pincel. Creo que había uno solo. Y lo pinté.  Pinté un cuadro. Para mi sorpresa, quedó bastante bien. Le puse un alambre en el dorso y lo colgué en una pared. Algunos lo vieron, y me hicieron buenos comentarios. A mi me gustaba. 
    Cuando me mudé, la madera con la pintura quedó entre los bártulos de la mudanza. Supongo que cuando hay una mudanza, muchos de los objetos que uno tenía en uso, pasan a la categoría de bártulos. Dejan de tener utilidad. Allí olvidé la pintura, sin querer queriendo, por muchos años.
    Hace un tiempo y con otra mudanza en el medio,  me acordé del cuadro, de sus colores, de la escena, del registro emocional de esa tarde. Fuí a buscar entre los objetos que estaban todavía allí, cubiertos por una fina capa de tiempo, ese cuadro que recordaba haber pintado.

Pero no lo encontré.
Y está bien así.
Debe estar en algún lugar.
Adornando vaya uno a saber qué pared.