6/22/2009

Felíz


Una serie de palabras
una detrás de la otra
no hace falta que lo diga
así es la poesía!

Lleva en la rima sentido
que se desliza hasta llegar
por la letra a tus oídos
como si fuera cantar.

Y hoy así te saludo
me divierto al escribir
muy felíz me hace, hace falta que lo diga:
me has pedido poesía!!

6/17/2009

La vida compartida (2009)

Che flaco, a vos te conozco. Me parece que alguna vez te vi por el barrio. Si, sos vos. Alguna vez nos sentamos en el kiosco a tomar una birra y a charlar un rato. Me acuerdo de tu nombre, creo que de tu apellido también. Estoy casi seguro de haber conocido también a una parte de tu familia y pasar algún rato con ella. Lo más loco es que te veo y pienso en que vos sabés algo de mi. Creo que sabés quien soy y que alguna vez estuviste en mi casa. Si, sos vos. Miramos alguna película o escuchamos unos temas. Lo recuerdo. También estuvimos jugando al futbol, a las cartas y en la compu. ¿Te acordás? Si pasamos tantas noches haciendo música! ¿Te acordás que una vez me contaste lo que te pasaba? ¿y que me dijiste que no andabas bien? Dale, pensá en esa vez en la que te llamé para juntarnos porque yo andaba necesitando un poco de compañía, y en esa otra vez en la que fui para tu casa cuando me llamaste y estuvimos horas y horas juntos sin hacer nada más que compartir ese momento charlando.
Flaco, me parece que yo a vos te tengo de algún lado, o ¿no sos vos el que una noche fue conmigo al boliche y me hizo la segunda para que me chamuye a esa mina?
Si, me acuerdo también de esa vez en la que te banqué porque estabas mal por haberte peleado con esa novia que quisiste tanto. 
¿Y de cuando te acompañé a que fueras a encontrarte con ella? Creo que fue después de aquella vez en que yo estuve mal ¿te acordás?

Bueno, no es mi intención molestarte, solo quería decirte que yo a vos te conozco. Más bien, algo de vos conozco. Porque supongo que en este tiempo te habrán pasado tantas cosas y habrás conocido a tanta gente, que seguro creciste mucho. Me pregunto que sentirás ahora de lo que pasó hace años, o qué pensarás ahora de la vida, de la política o de lo que sea.

¿Flaco, yo a vos te conozco? Ahora ya no estoy tan seguro. Porque en estos años a mi me pasaron mil cosas y conocí a mucha gente. Pasó mucho tiempo flaco!  Tengo algunos años más y pienso diferente sobre un montón de asuntos. Supongo que a vos te pasará lo mismo, o algo parecido al menos. 
En realidad, no se si nosotros nos conocemos, pero la verdad es que mucho no importa.

De lo que si estoy seguro, es que durante algún tiempo, mi vida la compartí con vos.

Espero que sigas bien y ojalá que algún día nos encontremos otra vez.

6/11/2009

Jugar

Empezó a jugar desde muy pequeño.

Al poco tiempo de nacer, jugó con sus manos. Las puso sobre otra piel y sintió calor. Al tiempo jugó con sus pies. Podía llevárselos a la boca. Sentia cosquillas que lo hacían reir. Al año sentía una increíble sensación de bienestar al mover las piernas. Jugó a ponerse de pie, jugó a caminar, luego a dar saltos y a ponerse de cuclillas.
A los cinco años ya jugaba acompañado por sus hermanos. Jugaban a la familia. Jugaban a las escondidas, a la mancha, al cuarto obscuro.
En la escuela primaria sus compañeros fueron haciéndose amigos y con ellos repitió los juegos tan divertidos que con sus hermanos continuaba jugando y aprendió nuevos juegos también. Jugaban a las escondidas en las instalaciones del edificio escolar, también a las diversas versiones de "la mancha" (normal, manteca, venenosa, y otras). Jugaba al elástico y a las carreras. A la soga y al futbol. A los penales y a los juegos de rol, en los que cada quien representaba a algún personaje.
Jugó con sus primeras novias a ir de la mano, a abrazarse y sentir cosas lindas. Jugó más adelante a dar besos, cada vez mejores besos. Con el tiempo y al ritmo en que con sus compañeras de juego iban arrimándose más y más, comenzó a jugar a ir a la cama de a dos. Volvió a jugar con sus manos y a sentir calor. Jugó con su cuerpo. Jugó a amar, más bien amó con la gracia con la que se juega.
Se propuso aprender, pensando que era el juego de más dificil reglamento y por lo tanto el más gratificante. Perdió varias veces al tiempo en que se daba cuenta de que las reglas de ese juego no eran las mismas cada vez, cambiaban con cada compañera y cambiaban según cómo él mismo se sentía. Se dió cuenta que amar no era un juego, y que no era algo que se pudiera ordenar en un reglamento como algunos de los otros juegos a los que jugaba hacía tiempo. No alcanzaba con entender como para que diera como resultado un gran amor.
Comenzó a darse cuenta, ayudado por lo que aprendía mientras jugaba a estudiar, y por los fracasos que el amor le había deparado, que amar no era, como él había pensado, el juego de más dificil reglamento, al contrario. Se dió cuenta de que al exigirse rigurosamente amar bien, había olvidado jugar. Así vislumbró que amar jugando era lo más parecido a los primeros juegos que él jugó. Todo lo que había aprendido jugando con su propio cuerpo y todo lo que había experienciado al jugar con otros -a tan diversos juegos y en tan variados escenarios- eran la mayor demostración para sí mismo de su capacidad de amar.
Recordó que una vez fue amado por sus padres, y que él mismo aprendió a amar. Supo que cada juego que, con sus hermanos, con sus amigos, con sus novias y compañeras, con sus maestros y profesores, con sus colegas y compañeros, él había podido jugar, se pudo desplegar gracias a que él ya disponia del amor necesario como para establecer todos esos vínculos que lo ayudaban a jugar.

Se propuso entonces a pesar de su sorpresa, que así como el amor siempre lo había acompañado, sin haberlo sabido, también el odio era parte de su jugar. Cuando arrojó los primeros objetos, cuando mordió las primeras comidas, cuando insultó, pegó, gritó. Cuando dejó, cuando reclamó, cuando le dolió y le molestó. Cuando no entendió, o cuando aceptó.

Se dió cuenta, en fin, que el amor y el odio eran, cada uno en su medida, necesarios para jugar, necesarios para vivir.

6/03/2009

Había que decirlo

Antonio sintió la necesidad de decírselo. Llamó a su buen amigo y le dijo que quería hablar sobre lo que venía pasando. Sorprendido, su amigo le respondió que no habría problema alguno. Antonio tomó un profundo respiro como para llenar sus pulmones hasta el tope y soltó junto al aire lo que quería decirle.
La reacción no tardó, él lo interrumpió y le dijo que cómo era posible que le dijera algo así, que era hasta ofensivo lo que estaba diciendo, que no se lo podría perdonar nunca.

Fue un tiempo el que ellos estuvieron sin hablar después de ese llamado.

Fue un tiempo el que Antonio tardó en entender porqué había tenido la necesidad de decir lo que sentía respecto a su amigo. Hasta que entendió y aceptó que ya no quería ser cómplice silencioso de la auto-destrucción que su amigo practicaba noche tras noche consigo mismo. Ya no quería ocultar lo que sabía: él se hacía mal. Debía decírselo, aunque esto lo ofendiera al punto de no querer volver a hablar con él.

Antonio supo que fue violento al decirle lo que sentía. Pero confiaba en que lo que había dicho, tal vez, podía servirle, quien sabe, servirle de referencia, servirle de puente para cruzar a otro lugar. Servirle para que dejara de hacerse daño.

Su amigo nunca se lo dijo a Antonio, pero estaba profundamente agradecido por las palabras que como amigo se atrevió a decirle.

Nunca más volvieron a hablar de lo que ocurrió. Antonio dejó de estar por las noches junto a su amigo. Y éste, sin que Antonio lo supiera, dejó de hacer las cosas como antes las hacía. Empezó a cuidarse.